01 septiembre, 2019

Igual igual, pero diferente.

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Retrato hablado de mi interlocutor
Hay cosas que son iguales o que parecen iguales porque conceptualmente se relacionan, pero que son totalmente diferentes. Ejemplo, no es lo mismo un hueón tonto que un tonto hueón. No sé bien cuál es la diferencia, sé que existe y que posiblemente se relaciona con el nivel de ahueonamiento y las circunstancias, pero es una duda que me planteó alguien hace poco y aún no puedo resolver del todo.

No es lo mismo estar pitiá que estar loca. Antes pensaba, me daba un poco cuenta, de que estoy pitiá y me daba paja mundial, porque era como “hueón si obvio que no estoy tan cagá”, porque pensaba que era lo mismo que estar loca y no po, no es lo mismo. 

Las hueonas locas no se dan cuenta de lo locas que son, de lo cagás que están, de que son desequilibradas y muchas veces culpan al resto de todo, se victimizan a cagar y no entienden, en su cabeza loca y diminuta, que no es que todo el mundo esté mal, sino que hay algo en ellas que no está funcionando. No alcanzan a reconocer que de verdad necesitan ayuda.

Igual, antes de seguir, aclaro que digo esto desde mi humilde opinión y cero formación psicológica, así que no se lo tomen como una verdad absoluta, solo estoy contando acerca de una reflexión que se hizo en el relajo de un paseo.

Llegamos a la conclusión de que la diferencia entre la gente loca y la pitiá es la terapia hecha y el nivel de conciencia de su salud mental. Las personas pitiás saben que en algún punto cagaron, que posiblemente aún están un poco cagás y se han terapeado de alguna forma para enfrentar la situación, para ponerle el pecho a las balas y no tener taaaan la zorra en la vida, dentro de lo posible. Saben -sabemos- cuál es el límite, que escondemos, que nos duele, que nos da miedo. Es tal el nivel de conciencia de esas cosas que uno se vuelve experto en disfrazarlas, en esconderlas en lo más profundo de alma. El problema es cuando te encuentras con alguien igualito a ti, que con solo apretar un botón es capaz de sacarte eso y partirte el alma con una pregunta, sacándote de rompe y raja la máscara y la mentira. 

Hay algo bueno en eso de encontrar a alguien igual y diferente, que va más allá de la comodidad de poder hablar en gramajes, “¿cuánto te estai metiendo de ravotril?”, más allá de la naturalidad con que nos contamos que a veces uno necesita una patilla para guardar la metralleta y no matar a nadie. Creo que tiene que ver con la empatía, el entender que el otro puede andar con los cables cruzados, los planetas desalineados y tener la capacidad de, de forma completamente honesta y desinteresada, darle esa palmada en la espalda y ese abrazo que baja la ansiedad, que hace creer que todo va a estar bien, porque aunque pocas cosas estén bien, de momento, te hace cerrar los ojos y dejar de pensar. Te hace apagar esa parte del cerebro que transmite como radio, todo el día y logra que te relajes, que simplemente estés y te entregues sin miedo. ¿Cuántas personas han logrado hacerme dejar de pensar, en toda mi vida? 

Es tener un espejo en que uno se mira y puede encontrar esas pequeñas diferencias que vuelven al otro igual y diferente, porque ya no te fijas en eso que es obvio, sino en los detalles que lo hacen único, como los ojos entrecerrados y la mirada perdida, siempre hacia la derecha, cuando está pensando en algo que le hace ruido o no le cierra del todo. 

Hace tiempo que no escribía pensando en conversaciones con otro.
Hace tiempo que no conversaba, me refiero a una conversación real, con otro. 







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