04 septiembre, 2019

Jamás se regresa

Nos han dicho que el amor es intentarlo uno y otra vez a pesar de haber fracasado en la mayoría de los intentos. Nos han enseñado que los problemas son parte de la rutina de la pareja y que no es más valiente quien se marcha, sino quien asume que puede hacer un cambio al respecto. 
Todos hemos escuchado el rol de la mujer entregada y el hombre que pierde la cabeza por amor en la relación. El mundo habla de estabilidad, de intentar, de aguantar; nadie habla de quienes se marchan, de los que salen corriendo, de los que se quieren lo suficiente, de los que se valoran.

La sociedad hace de aquellos que se quedan a esperar el cambio buenas personas; nadie se percata que las buenas personas son las que dan todo, aman con todo, entregan todo y por eso cuando ya no queda nada, deciden marcharse. Deben marcharse.

Tildan el acto de irse como inhumano, cuando sería fulminante quedarse en vano. Asumen que lo que te hace bueno es la capacidad de sostenerte en el mismo lugar a pesar de los vientos huracanados que atentan contra tu amor, cuando es precisamente esa capacidad de bueno lo que hizo que te quedarás vacío/a, lo que en un principio te dejo hueco al darlo todo.

Y suena ilógico que sean los buenos los que se marchan, cuando por inferencia tendrían que ser los que otorgan el voto de la confianza, los que se quedan para siempre. Suena irreal, suena sin sentido; pero ¿por qué tendría que irse alguien que puede obtener lo que desea, sin dar nada a cambio? ¿Por qué tendría que marcharse alguien a quien no le importa tu día a día, tu vida, tu bienestar?

Resulta cómodo quedarse en donde no recibimos nada y por tanto no debemos dar nada a cambio. Resulta cómodo también quedarse donde recibimos de forma de forma desinteresada, sin dar nada a cambio, solo por el acto de fe que realiza esa otra persona con nosotros. Resulta, en cambio, un desafío tomar lo poco o mucho que se recibe y con eso forjarse una idea del amor y una alta autoestima, transformarlo en todo lo bueno que sabemos que vale la pena. 

No hay que dar por sentada la presencia de las buenas personas. No hay que asumir su permanencia ni tentar su voluntad. No hay que esperar que la vida diga que es tarde, que más nunca; que ya no más. Protege, ama y cuida a esa buena persona; porque en el amor, de las buenas personas, jamás se regresa.

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